LO QUE NO TIENE FONDO, Ignacio Castiella.  Ponce+Robles, Madrid. 2019

En Waiting for the end to come nos encontramos nada más entrar ante un díptico de dos grandes piezas conformando un abismo. El título de la pieza es Caos, Bostezo, Abismo, tres palabras que comparten significaciones etimológicas. La palabra griega “chaos”, χάος, significa vacío, gran bostezoabismo, aquello que no tiene fondo. Vemos muchedumbres de criaturas absorbidas por la gravedad de una fuerza aspiradora. Flota una sensación apocalíptica en el espacio. Seres individuales acosados por fuerzas inmensas. Del cristal de la escalera, en la galería, emerge una protuberancia que baja la cabeza, como olfateando el suelo, con pudor o simple inconsciencia. Es una sección biológica pero al mismo tiempo convierte el vidrio en un portal, poniendo en duda la realidad de nuestro mundo o la irrealidad del suyo.

Es ésta una atmósfera que predomina en épocas de grandes cambios. Es el silencio que precede al cataclismo, presente en las visiones apocalípticas de las pinturas de El Bosco, de quien no es difícil percibir resonancias en esta obra. En su caso, los tambores del racionalismo hacían vibrar un mundo, su mundo, que se encontraba en vías de extinción. El espíritu humano dejaba de contemplar lo alto para examinar lo bajo. Ese cambio de perspectiva provocó una convulsión y aquellos capaces de sumergirse lo suficiente sintieron la sacudida. Cuando reaparecieron en la superficie lo hicieron amoratados y con espanto en los ojos. Fue en ese estado en el que pintó El Bosco: justo antes del impacto.

Es el mismo miedo a lo desconocido el que riega estas piezas, el terror cósmico que se desprende de los relatos de Lovecraft. Y es que quien no sienta hoy temblar el mundo bajo sus pies, no está erguido. Quien levante la vista, en cambio, sentirá cómo la vibración de las tablas se le mete por la planta de los pies y le sacude los ojos. ¿No hemos visto ya inteligencia no biológica desplazarse con armonía humana? En palabras de Castiella: “La tendencia exponencial del progreso hace que, cuando cierro los ojos, el futuro tome la forma de un bestiario medieval”. Miramos a lo alto, sobrecogidos, y abrimos el cartílago de nuestros paraguas. Estas criaturas dan la impresión de haber surgido del mismo modo, estirando su carne del movimiento de esos vertidos, con estremecimientos informes, como el océano en Solaris.

Todo comienza con el lienzo en el suelo del estudio, cuenta Castiella. “Merodeo nervioso alrededor de la tela y cuando supero el vértigo, derramo el vertido. Se precipita entonces un proceso de extrema atención: se generan cuerpos, fluidos orgánicos, campos de color. Dejo que se expandan. Es ahora cuando empiezo a intuir formas.” Después coloca el lienzo en la pared y observa las manchas, buscando un encuentro personal con las criaturas: “Cuando las veo por primera vez, es como un momento de intimidad. A veces no se les ve. Entonces dejo el lienzo a la vista y espero que aparezcan. Cuando finalmente sucede lo hacen de golpe”. Lo que fue un acto de azar adquiere ahora un rol en la composición. El pintor trata de sacarlas a la luz, esculpiéndolas. “No sé muy bien qué son”, responde a nuestra pregunta. “Pero quizás si lo supiera dejarían de aparecer. Tengo la sensación de que cuando grito o las señalo con el dedo, las espanto”.

Para entender la lógica de este mundo hemos de mirar el conjunto de las figuras. Es entonces cuando la multiplicidad de sonidos se espesa con la coherencia de una lengua. Las superficies planas, en contraste con la plasticidad orgánica de las criaturas, se extienden en cuadrículas isométricas, como si el vacío de aquella uniformidad respondiera en realidad a algo sistemático, a una lógica, alguna especie de orden. Oímos extractores de aire, reinicios operativos de sistemas, parpadeos de luces catódicas y pantallas digitales. Espacios funcionales propios de la atmósfera de un videojuego.

El bostezo es aquí un umbral que nos lleva al abismo y éste al horror. Pero es la desesperación la que provoca una apertura radical del ser, ya que convierte cada objeto en un posible agarradero. Es sólo en la desesperación donde puede surgir lo nuevo. “Los brotes del pigmento se abren en brazos, ojos, manos…”, dice Castiella. “Es como si hubieran superado algo que los retenía, algo por fin se despliega… y es raro, sí. Pero todo lo nuevo es raro”. El hastío, el caos, el abismo, se convierten así en un espacio de incubación. Una galería de bóvedas existenciales con funciones de invernadero.

Para la tradición neoplatónica la imaginación humana es un canal a través del cual se expresa la materia. Es así la imaginación la primera emanación de Dios; “sus miembros”, a través de los cuales se manifiesta la Belleza, entendida como materia bruta de alma. Castiella dice que quiere ver esas entidades, al margen de su obra. “Quiero verlas, correr las cortinas, abrir las tapas. Algo ha tocado la puerta y quiero ver qué es”.

De la especulación del artista con el material y de la especulación del material con el artista surge aquí un proceso que lo mismo recuerda a la alquimia que a la ciencia ficción. Con el componente azaroso de la horizontal y el intencionado de la vertical, el pintor recorre la historia de la pintura, analizando y catalogando especies, como un biólogo. La espera de Jose Castiella, Waiting for the end to come, no es estática. Sus pinturas no son alegorías tampoco. Encontramos en ellas imágenes vivas, y la convicción de que ciertas entidades se pueden invocar por medio de símbolos.